lunes, agosto 10

El amante de Janis Joplin. Élmer Mendoza

Mi favorito. El rey de la narración de lo irreal e ilógico: Élmer Mendoza. Si con Asesino Solitario (Tusquets Andanzas, 1999) me volví fan tardía de Credence, ahora con El amante de Janis Joplin (Tusquet Maxi, 2008) he conocido a la Bruja Blanca.

Ésta, su segunda novela, llegó a mis manos hace apenas algunos meses, así que es la última que he leído de la colección de mi paisano y se posicionó como mi segunda favorita de su autoría.

Narra la historia de un joven que quizá era un soñador, un ser humano poco maleado pero, que corría con suerte y escapó de la muerte en diversas ocasiones, escuchaba voces en su cabeza, experimentó diversos roles (guerrillero, narco, matón, beisbolista) sin tener plena conciencia de ello. Conoció además (en el sentido bíblico) a la roquera de las túnicas sicodélicas.

Ambientado en el Culiacán de finales de los 70´s describe ese cruce fatídico entre el Estado -que empezó a tranzar con la delicuencia "organizada"-, el narco -que daba sus saltos entre el país y la frontera para llevar su mercancía- y la guerrilla estudiantil -que aprovechaba los viajes para traer armas del imperio yanqui para "luchar" contra la oligarquía mexicana-. ¿Me entendieron? Porque yo a veces no encuentro el hilo de esta madeja tan enredada de poder y dinero.

En la historia hay un diálogo entre un estudiante de economía de la UAS que se ha metido a la guerrilla, fundador de la Liga 23 de septiembre y su mejor amigo, el Cholo, narco naciente. En esa interacción sentí un gran pesar. El narco alega que los guerrilleros luchan por ideales inalcanzables. El comandante en ciernes afirma que las personas queremos igualdad, justicia y una riqueza distribuida. El narco afirma contundente que en algunos años podrán juntos observar que eso no será logrado y lo que sí se verá es que las personas en su gran mayoría apoyarán el negocio de la droga, porque lo que más le gusta a la raza es el dinero y la adquisición de bienes.

Si esa interacción se llevó a cabo en algún nivel, la razón la tuvo el narco. Si solo sucedió en la cabeza de Mendoza, fue un visionario pues en 2001 todavía no se observaba la narcocultura como fuerza hegemónica como sí se empezó a observar entre el 2004 y 2006. ¡Qué triste profecía!

Me parece que el gusto por la narrativa de Mendoza se incrementa porque los escenarios, el léxico y las interacciones entre los personajes me saben familiares y me hacen sentir mi terruño más cercano.

dfcg